jueves, 5 de junio de 2008

. Revista TURIA

A lo largo de los siglos, narradores, poetas y dramaturgos han encontrado en la historia de los Amantes de Teruel un motivo inagotable de inspiración, pero muchas preguntas quedan todavía por responder en torno a su intensa tragedia de amor. ¿Dónde estuvo Diego, el Amante, durante sus cinco años de ausencia? ¿En qué batallas participó? ¿Qué aventuras corrió? ¿Cómo consiguió su fortuna? ¿Se mantuvo fiel en todo momento a su amada Isabel? Todas estas preguntas y muchas más son las que se propone contestar Francisco Oliver en su novela ... "La promesa del Almogávar."
En estos tiempos de novelas criptoreligiosas y seudohistóricas, poco o nada documentadas, sorprende que un autor novel como Francisco Oliver se proponga el reto de escribir una novela histórica al uso. La apuesta es ciertamente arriesgada, pero Francisco la supera con éxito gracias a una sólida documentación histórica y a una prosa fluida, de forma que nos entrega un relato bien tramado, de ritmo ágil y fuerza narrativa, que se lee con interés desde la primera página hasta la última, sobre todo, si como es mi caso, se comparte con el autor una relación de paisanaje, pues la historia de los Amantes forma parte del imaginario colectivo de todos los turolenses.

El rigor histórico es necesario para ofrecer una visión verosímil de la época y de los hechos narrados, el peligro radica en caer en un exceso de erudición y escribir historia novelada; sin embargo, Francisco logra mantener con habilidad ese difícil equilibrio entre la fabulación literaria y la ambientación histórica necesaria.

Un narrador omnisciente -que en ocasiones deviene en ameno y didáctico historiador medievalista- nos traslada junto a Diego y a su compañero Joaquín de Escorihuela al país de Oc, y con ellos nos alistamos en las filas de los almogávares; aprendemos a manejar sus armas (la mortal azcona y el terrible cortel); conocemos sus tácticas de guerra y sus códigos de conducta y de honor (la tornachunta, el mandalexo, etc.); participamos en la toma y saqueo de Beziers y Carcasona; convivimos con los cátaros, valdenses, patarinos y albigenses de Tolosa, y compartimos sus creencias y aficiones; admiramos la belleza e inteligencia de Esclarmonde de Foix –la gran sacerdotisa de Belisenda-, de la Loba de Cabaret y de Elisa de Castres -la Cebaterie-, al tiempo que gozamos de su refinada corte y trovamos en Gay Saber el nombre de nuestras amadas, mientras Diego, preso en su particular cárcel de amor, recuerda a Isabel en su lejano Teruel; combatimos a los tan arteros como despiadados argotiers de la Santa Cofradía Blanca del Obispo Fulco y sufrimos el interdicto papal sobre Tolosa; vivimos una nueva cruzada contra los mahometanos del sur y asistimos en primera línea de lucha a la gran victoria de las Navas de Tolosa; vemos morir a Pedro II en el asedio de Muret y colaboramos con los monjes guerreros del Temple en el renacer de Aragón custodiando al rey niño. Por fin, el regreso... Teruel e Isabel, un paisaje y el Amor, tan lejos pero tan cerca, personajes principales a pesar de su ausencia, omnipresentes a lo largo de toda la obra, siempre en el corazón de Diego.

En definitiva, La promesa del Almogávar es una espléndida narración que combina la exactitud histórica con la amenidad de la ficción. Francisco Oliver se propone –y lo consigue- que aquellos paisajes y almas del siglo XIII no surjan en su novela como un mundo frío y extraño, sino como algo que fue presente, que palpitó en su tiempo y que, de alguna manera, sigue palpitando en el nuestro (en este sentido, no resulta difícil descubrir ciertos homenajes personales o guiños literarios del autor a sus amigos), en especial en el mes de febrero durante la fiesta de Las bodas de Isabel, cuando los turolenses revivimos la historia de los Amantes y todos nos sentimos un poco Diego e Isabel.

Alguien dijo una vez:
“En ti esta toda tu raza, y en tu raza toda la tierra donde ella ha vivido”.
En La promesa del Almogávar late el corazón de su autor y de Aragón. Pasen, lean y disfruten, compartan con él un fragmento de nuestra tradición que bien pudo suceder así.

Juan Villalba Sebastian


REVISTA TURIA - sumario

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